El pasado 21 de abril de 2010, la chavalería del segundo ciclo de Primaria del CEIP Gerardo Diego, de Santander, decidió descuajeringar el cuento de los tres cerditos. Este es el escatológico resultado.
"Éranse una vez tres cerditos muy, pero que muy cerdos. El mayor se llamaba Cagalero y se pasaba el día en el retrete, tuviera o no diarrea. El segundo, Chorrito, era capaz de matar a cualquier bicho viviente con sólo orinarle encima. En cuanto al tercero, sus ventosidades eran tan densas y hediondas que su nombre, Pedorretas, se quedaba corto..."
Lobonator, el malvado
Cuento colectivo del alumnado de segundo ciclo del CEIP Gerardo Diego
21/04/2010
Éranse una vez tres cerditos muy, pero que muy cerdos. El mayor se llamaba Cagalero y se pasaba el día en el retrete, tuviera o no diarrea. El segundo, Chorrito, era capaz de matar a cualquier bicho viviente con sólo orinarle encima. En cuanto al tercero, sus ventosidades eran tan densas y hediondas que su nombre, Pedorretas, se quedaba corto.
Los tres cerditos vivían felices y despreocupados en medio de su guarrería habitual, hasta que llegó al bosque cercano el temible Lobonator. Se trataba de un animal robótico, fabricado por un inventor chiflado, que adoraba la carne porcina. Necesitaba tragar muchos cerdos para recargar sus baterías, y los finos receptores de su hocico metálico habían captado la presencia de Cagalero, Chorrito y Pedorretas.
Lobonator se aproximó a ellos con sigilo. Pedorretas se había acercado mucho a la linde del bosque. Pronto estaría a su alcance. ¡Ya! Lobonator saltó, pero su brinco se detuvo en el aire y el animal cibernético cayó al suelo. ¿Qué había sucedido? Que Pedorretas, del susto, dejó escapar un monumental pedo pestilente que acertó a Lobonator en el chip de la pituitaria y le provocó un cortocircuito.
Los tres cerditos huyeron, espantados. Con ese monstruo robótico ya no se sentían seguros. ¿Qué hacer? ¡Pues casas, claro está! Y cada uno de los hermanos se aplicó en construir un edificio a la medida de sus necesidades.
Pedorretas, en lugar de levantar muros, se parapetó tras una pared de flatulencias. Chorrito, más diligente, alzó sus paredes con los cadáveres de bichos que murieron bajo su orina. Por último, Cagalero empleó sus más firmes excrementos a modo de ladrillos para su casa.
Mientras tanto, Lobonator se había recuperado, gracias a su sistema de auto-reparación. Escondido entre los matojos, observó a los tres cerditos y calibró sobre cuál podía ser el mejor modo de cazarlos.
Decidió empezar por Pedorretas. La computadora cerebral de Lobonator había analizado la composición de la pared de flatulencias que protegía al gorrino. Era gas metano, altamente inflamable, en grandes cantidades reconcentradas. Lobonator abrió su boca, activó el botón de la llamarada y lanzó una contra la barrera de metano, que empezó a arder. Pedorretas chilló, pues el fuego le chamuscaba la sonrosada piel. Lobonator apagó las llamas antes de que achicharrasen del todo al puerco y se lo zampó de un bocado.
Satisfecho, aunque sediento, se dirigió a la casa de Chorrito, la que tenía muros de bichos. Lobonator miró los bichos. Se relamió. Sacó un exprimidor y los licuó, ¡qué rico refresco de alimaña! ¡Justo lo que necesitaba después de comerse un chon!
Chorrito observaba anonadado a Lobonator. Este abrió su bocaza y se tumbó a descansar. De su interior salía la voz de Pedorretas, que llamaba a su hermano y le pedía auxilio. Chorrito se asomó a la cueva metálica y dentada; Lobonator la cerró. Dos marranos en su buche, ¡qué placer es el comer!
Cada vez más lleno, Lobonator se encaminó, poco a poco, hasta la casa de Cagalero. A cualquier otra criatura le habría repugnado, pero el chip pituitario de Lobonator había quedado algo estropeado tras el encontronazo con la ventosidad de Pedorretas, y no detectó la composición de la pared marrón. Antes bien, pensó que era un buen postre, y se la tragó. Como quiera que, dentro del edificio, había otro cerdito, ni corto ni perezoso, también se lo zampó.
Lobonator se echó a dormir. En su barriga, los tres cerditos elaboraban un sencillo plan para salir de allí. Cagalero había llevado un destornillador y algunas otras herramientas, con las que aflojaron las junturas de Lobonator. Después, los tres hermanos se dedicaron a lo que mejor sabían: hacer caca, hacer pis y tirarse pedos.
El vientre de Lobonator se hinchó como un globo, pero la estructura de metal no cedía. Cagalero, Chorrito y Pedorretas continuaron su labor, a pesar de que corrían el riesgo de ahogarse con sus propios excrementos. Por fin, la acción combinada de caca-pedo-pis afectó al motor central de Lobonator, cuyas tuercas empezaron a caer.
Se abrieron grietas, tembló Lobonator con furia, dió saltitos convulsos por la hierba... Hasta que su batería nuclear estalló.
Fue tan monstruosa la explosión, que la Tierra se desintegró y los tres cerditos, aunque libres de la barriga de Lobonator, fueron lanzados al espacio, entre rocas y cenizas. Flotaron durante un tiempo hasta que la fuerza atractiva de la estrella Sol los engulló. Cagalero, Chorrito y Pedorretas terminaron asados por los rayos del Sol.
FIN
1 comentario:
aura soy un alumno del campijo y te felicito por el premio que ganaste .sigue asi y queremos la segunda parte de los gamopelusidas!!
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