viernes, 20 de septiembre de 2013

Por Guadalupe Limón perdí el tren...

En realidad no lo perdí, sino todo lo contrario, me pasé de parada; tres paradas, para ser exactos, y por puro milagro no me fui hasta el final de la línea. El golpe de Estado de Guadalupe Limón tuvo la culpa. Esta novela de Gonzalo Torrente Ballester logró abducirme de tal modo que, cuando quise darme cuenta, estaba en el apeadero de mala muerte de un descampado industrial sin un triste bar, ni nada que se le pareciese. Lo del bar no lo digo por dar ambientación al asunto, sino porque eran las tres menos veinticinco de la tarde y, para mi espanto, no había un tren de vuelta hasta al cabo de una hora. ¿Se imaginan ustedes el rugir de mis tripas? Llamé a casa, mas, en lugar de hallar gentil caballero que se brindase a rescatarme, topé con chascar de lengua y gruñido de quien me esperaba con hambre para sentarse a comer. "Pues ya sabes, se te quedará frío todo", me advirtió, y se quedó tan ancho. Sin un triste chicle con el que engañar la boca, no tuve otro remedio que enfrascarme de nuevo en la lectura, no sin cierto despecho hacia la obra que me había jugado tan mala pasada y también, hay que confesarlo, hacia el prosaísmo de la vida conyugal, por el que me veía condenada a aguantar mecha en aquel andén.
El golpe de Estado de Guadalupe Limón es una de las primeras novelas del maestro don Gonzalo, rescatada por la editorial Salto de Página. En su momento, fue un fracaso, tanto que ni la censura se tomó la molestia de leerla; según Torrente Ballester, "no la entendieron", porque, en realidad, es una obra que trata de la creación y destrucción de los mitos políticos y, más en concreto, el mito de Primo de Rivera y su relación con Franco. Estas, de hecho, son las auténticas claves del libro, que, no obstante, se desarrolla en una imaginaria república americana, lo cual hace que también podamos establecer comparaciones con otros caudillos. Sin embargo, explica don Gonzalo que la censura buscaba "cosa política, pornográfica o antirreligiosa", por lo que, "fuera de esto, podías decir lo que te diera la gana con la seguridad de que pasaban por encima, porque no se enteraban". Si la censura hubiese estado más lista, no habría permitido que se publicase esta obra, porque su carga política es muy poderosa, pero se disfraza de fruslería, gracias a la carga de humor con que está escrita. 
Guadalupe Limón es, por supuesto, el personaje fundamental de la novela. Primero por fastidiar a una mujer rival, después por amor, se convierte en el centro de una conspiración dirigida a desencadenar una revolución y subsiguiente golpe de Estado. Para ello eleva a la categoría de mito al difunto dictador, Clavijo, derrocado y muerto (o dejado morir, que no lo aclara) por el general Lizárraga, quien lo sucede en el poder encumbrado por la inteligencia y ambición de su esposa (la enemiga de Guadalupe). 
El golpe de Estado de Guadalupe Limón no gustó al público y fue ignorado por la crítica. Quizá, como el propio Torrente Ballester apunta, se debe a su sentido del humor, un tanto dispar del que usaban sus coetáneos en los cuarente; o puede que por sus deficiencias artísticas, a las que el maestro alude sin precisar. Es posible que el hecho de poner el acento en la rivalidad y las ambiciones de dos mujeres hermosas e inteligentes, haga perder seriedad al conjunto; cuesta creer que las frívolas motivaciones de protagonista y antagonista sean capaces de mover gentes y sangre. Sin embargo, eso le da precisamente el aire de parodia que hace de la novela una pieza muy original.
Dice Torrente Ballester que El golpe de Estado de Guadalupe Limón fue, según sus amigos, uno de sus mayores errores. Pues, señoras y señores, en aquel apeadero solitario yo lo tuve claro: ¡quién pudiera equivocarse así!