Qué chasco, hoy también chispea. El fastuoso recibimiento a
la embajadora se verá deslucido por una llovizna insidiosa que ya ha calado los
pantalones de las autoridades. El regidor sonríe y charla con unos y otras para
calmar la irritación general; hace media hora que esperan en la Playa del
Camello, junto a la roca de Neptuno niño. Cuando el ministro de exteriores
telefoneó, apenas una semana atrás, pensaron que bromeaba, pero, ¡qué va! Al
parecer los dioses olímpicos están tan preocupados por la crisis que han
decidido tomar cartas en el asunto y Santander es la ciudad escogida para la
redención.
Por encima del murmullo de las autoridades impacientes
empieza a rugir una multitud que llega con pancartas y silbatos, una
manifestación espontánea convocada por las redes sociales contra las medidas del
gobierno y contra el gasto de la recepción olímpica pues, ¿a qué fin, en medio
de tantas miserias, ese dispendio desorbitado en fuegos artificiales,
farolillos, comidas de postín y fiesta de alto copete con cargo al erario
público?
De pronto, los prebostes gritan y corren hacia el paseo,
saltan y trepan por las barandillas, se mezclan aterrados con los
manifestantes, entre quienes también cunde el pánico: una enorme ola se dirige
hacia la playa. Todos tratan de huir, pero la furia del mar los alcanza y los
revuelca en un caos de brazos, piernas, chillidos y estrujones. La ola se
retira y deja al descubierto una enorme ostra. Aún tosiendo, apenas recuperados
del susto, los santanderinos se incorporan para verla. Empieza a abrirse.
Resplandece por dentro. El público contiene la respiración y la suelta en una
colectiva exclamación de maravilla, pues no hay perla que iguale el hechizo de
la diosa que emerge, Afrodita sin duda, ¡bendita embajadora!
La radiante deidad, desnuda, camina sin rozar la arena,
pasea entre hombres y mujeres que la contemplan atónitos, y después se
desvanece entre la espuma. ¿Eso es todo? ¡Oh, no, pequeños míos! Miraos bien.
Afrodita os ha dejado en cueros. En Santander ya no habrá más políticos ni
banqueros, recortadores ni recortados; sólo personas desnudas, y desnudos somos
todos iguales.
Aura Tazón.
Publicado en El Diario Montañés el 20/07/2012