Hace tiempo leí El barón rampante, y me gustó. Ahora, decidida a completar la trilogía de Nuestros antepasados, de Italo Calvino, me he zambullido en la lectura de El vizconde demediado, primera, por cierto, de las tres, que el autor escribió “como pasatiempo privado”, según aclara el prólogo.
Confieso, no obstante, que el prólogo a la edición de Bruguera, firmado por Esther Benítez, lo acabo de leer ahora, días después de haber terminado la novela. Es una manía que tengo, la de pasar olímpicamente de los prefacios y sólo echarles un vistazo al final; supongo que me predisponen hacia la obra y eso no me agrada. Si lo hubiese leído antes, habría descubierto que, aunque Calvino escribió como divertimento, a modo de historia fantástica, se encontraba “expresando, sin advertirlo, no sólo el sufrimiento de ese momento particular” (la guerra fría), “sino el impulso de salir de él”.
¿Habría cambiado mi percepción de la obra la lectura del breve análisis previo de Esther Benítez? Quizá, pero no estoy del todo segura, porque la alegoría de la imperfección humana es evidente, y no caben muchas discusiones al respecto. Por otra parte, cabe destacar que estamos ante un cuento largo, más que ante una novela corta, en el que el elemento maravilloso está configurado siguiendo los más estrictos cánones de la narración oral tradicional.