miércoles, 6 de febrero de 2013

"El vizconde demediado", de Italo Calvino


Hace tiempo leí El barón rampante, y me gustó. Ahora, decidida a completar la trilogía de Nuestros antepasados, de Italo Calvino, me he zambullido en la lectura de El vizconde demediado, primera, por cierto, de las tres, que el autor escribió “como pasatiempo privado”, según aclara el prólogo.
Confieso, no obstante, que el prólogo a la edición de Bruguera, firmado por Esther Benítez, lo acabo de leer ahora, días después de haber terminado la novela. Es una manía que tengo, la de pasar olímpicamente de los prefacios y sólo echarles un vistazo al final; supongo que me predisponen hacia la obra y eso no me agrada. Si lo hubiese leído antes, habría descubierto que, aunque Calvino escribió como divertimento, a modo de historia fantástica, se encontraba “expresando, sin advertirlo, no sólo el sufrimiento de ese momento particular” (la guerra fría), “sino el impulso de salir de él”. 
¿Habría cambiado mi percepción de la obra la lectura del breve análisis previo de Esther Benítez? Quizá, pero no estoy del todo segura, porque la alegoría de la imperfección humana es evidente, y no caben muchas discusiones al respecto. Por otra parte, cabe destacar que estamos ante un cuento largo, más que ante una novela corta, en el que el elemento maravilloso está configurado siguiendo los más estrictos cánones de la narración oral tradicional.
El vizconde demediado es la historia de Medardo de Terralba, un joven noble que, en su primer combate, es partido por la mitad por un cañonazo, y sobrevive. Mejor dicho, sobreviven las dos mitades por separado, cauterizadas las venas, anudadas las vísceras cercenadas, y ambas partes regresan al pueblo, cada una por su lado. La primera en llegar es “la mitad mala”, sólo crueldad, que ocupa el puesto de vizconde y convierte la región en un caos de terror, ejecuciones y truculencia. Al cabo de un tiempo, llega “la mitad buena”, medio vizconde que es todo bondad, todo dedicación… y tanta santidad termina siendo una peste, pues su apostolado es tan intenso y tan grande es su injerencia en la vida de la gente, que algunos llegan a preferir al otro. Cuando ambas mitades se enamoran de la misma muchacha y la piden en matrimonio, se retan a un duelo que, amén de original (dos medios hombres luchando a espadazo limpio), termina con ambos desangrándose en el suelo, por haberse rasurado mutuamente los restos sellados de las venas, momento en que un secundario de importancia, el doctor Trelawney, aprovecha para reunir las dos partes, de nuevo, en un solo vizconde.
La estructura de la obra, como ya he apuntado, es deudora del cuento de tradición oral de corte maravilloso, tal y como lo sistematiza Vladimir Propp en su Morfología del cuento. Así, el héroe sufre una desgracia (el cañonazo), cuya consecuencia es un hecho maravilloso (la supervivencia de medio vizconde) que lo pone en una situación de búsqueda (el sentido a su media vida), concluyendo dicha búsqueda cuando, por intervención de la heroína (Pamela, que se casa con las mitades), hay una lucha final que culmina en el premio (la reunificación) y la enseñanza (el ser humano es imperfecto y el mundo también). 
De la novela, en cambio, toma la forma en que se presenta el hecho maravilloso (nada se sabe de la “mitad buena” hasta bien avanzado el relato), el punto de vista del narrador (un testigo habla en primera persona) y la abundancia de personajes secundarios, tanto individuales (además de Pamela, Trelawney y el narrador, está el artesano Pietrochiodo –que construía las sofisticadas horcas que ordenaba el vizconde “malo”–  y la vieja nodriza Sebastiana –que, desde un principio, supo que había regresado “la mitad mala”–), como colectivos. De estos cabe destacar a los leprosos, que sobrellevaban sus penas con lujuria y desenfreno hasta que el vizconde “bueno”, preocupado por sus almas, los agobia con sermones que los dejan sumidos en la desesperación:
«Los tiempos felices y licenciosos de Pratofungo habían terminado. Con este flaco tunante erguido sobre una sola pierna, vestido de negro, ceremonioso y sabelotodo, nadie podía obrar a sus anchas sin verse recriminado en el pueblo suscitando malignidad y despechos. Incluso la música, a fuerza de oírsela reprobar como fútil, lasciva y no inspirada en buenos sentimientos, la aborrecieron, y sus extraños instrumentos se cubrieron de polvo. Las mujeres leprosas, sin ya aquel desahogo de estar de jaleo, se encontraron de pronto solas frente a la enfermedad, y pasaban las noches llorando y desesperándose.»
También los hugonotes (que lo son por convicción de que deben serlo, ya que su doctrina se basa en lo que recuerdan de las prédicas de los pastores en sus tierras originarias), que primero montaban guardia para evitar los saqueos, incendios y desmanes del vizconde “malo”, se ven obligados a protegerse después del “bueno”, «que iba a todas horas a espiar cuántos sacos había en sus graneros y a sermonearles sobre los precios demasiado altos, y luego lo contaba por ahí perjudicando sus ventas».
Cada uno de estos personajes tiene su paralelismo con tipologías humanas bien conocidas, como el científico que inventa bombas a sabiendas de que aniquilarán miles de vidas (Pietrochiodo), o el médico que, en realidad, no tiene vocación (Trelawney, aunque este evoluciona a lo largo del libro hasta convertirse en el sabio-mago de los cuentos de hadas), o el fanatismo, la intransigencia moralista sin ton ni son (los hugonotes). 
De todos modos, lo más destacable, a mi juicio, es la forma en que logra dar verosimilitud al elemento maravilloso dentro de la lógica de la obra. Lo consigue de modo sencillísimo, sin explicaciones complejas ni hechizos ni ciencias. Se limita a hacer que los personajes secundarios queden consternados por el hecho, pero que, una vez constatado que es así, acepten lo increíble sin más cuestionamiento. Así, todos se asombran y se preguntan cómo es posible que ande sola una mitad de un cuerpo, y nadie tiene respuesta, pero no pueden negar la evidencia que tienen ante sus ojos, por lo que no les queda más remedio que resignarse a esa realidad fantástica. Esta sencillez, tan alejada de las rocambolescas aclaraciones a que nos tiene acostumbrada la ciencia ficción o la literatura fantástica, hace que el lector, al igual que los personajes, admita la premisa que sirve de sustento a toda la fábula.
Para cerrar este somero análisis de El vizconde demediado, termino con un párrafo en el que se condensa lo que podríamos llamar la “moraleja”, la enseñanza que transmite esta alegoría, como dije arriba, de la imperfección humana.
«Así mi tío Medardo volvió atrás y fue hombre entero, ni bueno ni malo, una mezcla de bondad y maldad, esto es, aparentemente, no diferente del que era antes de ser demediado. Pero tenía la experiencia de las dos mitades refundidas en una sola, por esto tenía que ser muy sabio. Tuvo una vida feliz, muchos hijos y un gobierno justo. También nuestra vida  mejoró. Quizá esperábamos que, con el vizconde entero otra vez, se abriese una época de felicidad maravillosa; pero está claro que no basta un vizconde completo para que se vuelva completo todo el mundo.»


1 comentario:

Anónimo dijo...

. El vizconde demediado es una narración fantástica y pertenece a una trilogía. Estos 3 cuentos se relacionan entre si por la idea de el caballero y de la edad media, por eso están juntos y forman una trilogía. Además el objetivo de estos cuentos es presentar la alegoría del hombre. La alegoría pretende dar una imagen a lo que no tiene imagen (abstracto) para que pueda ser mejor entendido. Italo Calvino investiga la escénica del hombre y sus imperfecciones. El cuento tiene un corte de fabula porque deja una moraleja (la enseñanza que transmite esta alegoría de la imperfección humana): Si bien el hombre se divide en una parte buena y una mala tienen que convivir juntas porque las dos partes por separado terminan siendo negativas. El hombre tiene que ser un complemento equilibrado entre las dos partes. El hombre es integro.