jueves, 22 de abril de 2010

EL LIBRO MENTIROSO (cuento colectivo de 1º, 2º y 3º de Primaria del CEIP Vital Aza)

Hoy, 22 de abril, estuve en el Colegio Vital Aza, de Pola de Lena (Asturias). Tres palabras llevaron a la chavalería a contar este cuento: "libro", "televisión" y "caca".
"Érase una vez un libro que tenía las hojas de caca, pero no de una caca cualquiera, sino de auténtica caca de vaca seca. El pobre libro estaba muy triste, pues ningún niño se atrevía a leerlo. Se pasaba los días solo y aburrido en su estante de la biblioteca del Colegio Vital Aza..." 





El libro mentiroso


22/04/2010 
Cuento colectivo de las clases de 1º, 2º y 3º de Primaria del CEIP Vital Aza (Pola de Lena, Asturias) 





Érase una vez un libro que tenía las hojas de caca, pero no de una caca cualquiera, sino de auténtica caca de vaca seca. El pobre libro estaba muy triste, pues ningún niño se atrevía a leerlo. Se pasaba los días solo y aburrido en su estante de la biblioteca del Colegio Vital Aza. 

Un buen día, decidió poner remedio a tan triste situación. Llamó a todas las televisiones y les contó su desdicha, fue portada de periódicos y telediarios, y hasta de las revistas del corazón. Los niños y niñas del Vital Aza, al verlo, sintieron ciertos remordimientos y, armados de valor, acordaron abrirlo todos juntos y leerlo. 

Dudaron un poco, pues el libro tenía un aspecto poco apetecible: además de tener páginas de boñiga, se titulaba “Libro mentiroso”. El libro, para animarlos, les dijo: 

―¡Vamos, amiguitos! ¡No mancho, ni tampoco os voy a hacer nada! ¿Qué puede sucederos por abrir un libro? 

Provistos de guantes de látex, como los que usan los médicos, un niño y una niña abrieron con cuidado las asquerosas y marrones páginas. ¡Cual fue su sorpresa al descubrir que no tenía letras! 

―Quizá haya que rascar un poco ―sugirió otra chiquilla. 

Frotaron, pues, la página de boñiga seca. Se mancharon los dedos, pues por dentro aún estaba fresca, y al fin hallaron lo que buscaban: ¡letras! 

―¿Qué pone ahí? ―preguntó un chaval. 

―¡No lo sabemos, está en chino! 

―¿Os habéis fijado? ―observó una niña―, ¡estas letras son de chicle! 

―¿¿A ver?? ―dijeron todos. 

En ese momento, las letras chinas de chicle refulgieron y algo extraño ocurrió. En un abrir y cerrar de ojos, fueron absorbidos por las páginas del Libro Mentiroso y arrojados a un mundo marrón y feo. 

―¿Dónde estamos? ―se preguntaban. 

De pronto, un horrible chillido les puso en guardia. Hacia ellos avanzaba un ejército de hormigas rojas gigantes, cabalgadas por zombies hambrientos. Los habían visto llegar y estaban dispuestos a comérselos a todo. ¡Menudo festín de tierna carne humana se iban a dar! 

¿Qué podían hacer? Un grupo de niños y niñas quiso esconderse en un agujero cavado en la tierra. Fue una excelente opción, porque allí dentro encontraron un buen número de espadas mágicas, como la Excalibur del Rey Arturo. En cuanto las tomaron en sus manos, sus ropas se convirtieron en armaduras medievales. 

―¡Huid! ―dijeron a sus compañeros―. ¡Nosotros os cubriremos! 

Y atacaron a las hormigas gigantes a golpe de espada, cortando patas y antenas. Mientras, los demás echaron a correr. Un pequeño grupo se dio cuenta de que, en aquel mundo, tenían el don de la supervelocidad. 

―¡Seguid adelante! ―dijeron a los demás―. ¡Vamos a ayudar a los amigos! 

Y corrieron más rápidos que el viento en torno a las hormigas y sus jinetes zombies. Formaron un remolino de vértigo que levantó una gran polvareda. Hormigas y zombies quedaron medio ciegas. 

―¡Larguémonos! ―dijeron. 

Mas las hormigas y los zombies no se arredraron. Rehicieron sus filas y atacaron de nuevo a la chavalería del Vital Aza. 

―¡Ay, si fuéramos gigantes para pisotearos…! ―exclamó un grupo de niñas y niños. 

Dicho y hecho. En aquel país tenían el poder de convertir en realidad todo lo que imaginaban. Se transformaron en enormes gigantes y comenzaron a pisotear a las hormigas rojas y los zombies. 

Pero eran demasiados enemigos. Las hormigas se les subieron por las pantorrillas y les empezaron a dar dolorosos picotazos por todo el cuerpo. Por suerte para ellos, en aquel lugar algunos niños podían ser invisibles. 

―¡Aguantad, que os salvaremos! ―dijeron, y, sin ser vistos, montaron también sobre las hormigas rojas y descabalgaron a los zombies. 

Sin jinetes, las hormigas no sabían qué hacer. Un grupo de niñas que, en aquel sitio, tenían una fuerza sobrehumana, aprovechó que las hormigas estaban atontadas para darles de papirotazos y echarlas al suelo. Los chavales gigantes fueron liberados. 

La batalla que siguió fue terrible: las espadas cortaron patas y antenas; la supervelocidad mareó hasta el agotamiento a las hormigas; los invisibles volvieron locos a los zombies, engañándolos para obligarlos a enzarzarse unos contra otros; las forzudas aporrearon a las hormigas y, por último, los niños gigantes aplastaron a las que quedaban. 

¡Habían triunfado! Ya nadie se los iba a comer, pero, ¿cómo saldrían de aquella historia? 

―¡Fácil! ―dijo un chico―. Que los imaginativos piensen en una puerta que lleve a la biblioteca del colegio. 

¡Qué gran idea! Así lo hicieron, y la puerta apareció hecha realidad. Se disponían a abrirla cuando una voz profunda les salió al paso. 

―Si queréis salir, tendréis que acertar este enigma ―dijo la voz―: ¿de qué color era el caballo blanco de Santiago? 

Todos los niños respondieron al unísono: 

―¡¡¡Blancooo…!!! 

Pero la puerta no se abrió. 

―¡Respuesta incorrecta! Era negro con pintas rojas… 

―¡¡Noo…!! ¡¡Trampaaa…!! ¡¡Queremos otra oportunidad!! 

―Está bien ―concedió la voz―. ¿Qué tenía Sancho Panza en la panza? 

Los niños dudaron. No querían contestar a la ligera, pues no deseaban quedarse allí encerrados, entre las páginas del libro mentiroso. ¿Comida? ¿Las tripas? 

―No ―aseguró uno―. ¡Tenía el ombligo! 

―¡Respuesta acertada! ―dijo la voz―. Podéis pasar… 

La puerta se abrió y todos salieron, de nuevo, a la biblioteca del colegio. Cerraron el libro. ¿Qué harían con él? Era un libro malvado y mentiroso. Debían destruirlo, para que no pudiese atrapar a nadie más. Así, encendieron una hoguera y quemaron las páginas de boñiga. Ese fue el fin del Libro Mentiroso que tenía las hojas de caca.
                                                                                                                     


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