martes, 1 de junio de 2010

TORPE Y MALVADA BLANCANIEVES (Cuento Colectivo de 1º, 2º y 3º de Primaria, CEIP El Haya)

El pasado 27 de mayo estuve en el Colegio "El Haya", de Castañeda. A los más pequeños les conté los cuentos de mi pandereta mágica, y con los mayores charlamos sobre mi novela "Los gamopelúsidas", que, como sabéis, ha sido galardonada con el White Ravens 2010, un premio que lo distingue como una de las mejores novelas del mundo este año. En cuanto a los de 1º, 2º y 3º de primaria, reconvertimos el cuento de Blancanieves en la historia que podéis leer a continuación.

TORPE Y MALVADA BLANCANIEVES
Cuento colectivo de 1º, 2º y 3º del CEIP El Haya (Castañeda)
27/05/2010

Érase una vez una princesa malvada y muy torpe que se llamaba Blancanieves. Tenía una madrastra, tan malvada como ella, con la que se llevaba fatal. Un buen día, Blancanieves la malvada y su malvada madrastra fabricaban pociones en el castillo. Como Blancanieves era muy torpe, una gota de su caldero salpicó la pócima de su madrastra. La reacción fue terrible: las marmitas empezaron a echar humo hasta que explotaron y cubrieron a Blancanieves y su madrastra de una sustancia desagradable y pegajosa.

Se limpiaron aquel mejunje lo mejor que pudieron, mas, ¡oh, calamidad!, sus rostros se habían transformado por efecto del pringue mágico. Las orejas se les estiraron y las narices les crecieron, como también lo hicieron los pelos que de ellas les sobresalían; sus delicadas pieles se habían vuelto verdes y, sus ojos, morados; sus caras estaban llenas de horribles granos rosas y, para colmo, tenían cierto aire de lombriz.

―¡Qué feísima estás, madrastra! ―dijo Blancanieves.

―¿Yo? ¡Qué bobada! Tú eres la espantosa ―replicó la madrastra.

Ninguna de las dos se podía creer que ya no eran hermosas, así que corrieron en busca del espejo mágico y le gritaron al unísono:

―¡Espejito, espejito mágico! ¿A que yo sigo siendo bella?

Por toda respuesta, el espejo, al ver aquellos engendros monstruosos, se rompió en mil pedazos. Cada uno de aquellos trozos aún reflejaba a las dos malvadas, y se quebraron a su vez, y los fragmentos resultantes también, y así hasta que sólo quedó un pequeño montoncito de polvo de espejo mágico.
Blancanieves la malvada y su malvada madrastra se habían quedado sin espejo, así que decidieron ir al pueblo a comprar otro. Sin embargo, todas las personas con quienes se cruzaban caían fulminadas por el susto. Desesperadas, regresaron a su castillo y se encerraron allí.

―¿Qué vamos a hacer? ―se preguntó Blancanieves―. ¡No quiero tener este aspecto toda mi vida!

La malvada madrastra, que sabía mucho de hechicerías, trazó un plan.

―Nos transformaremos en ranas. Buscaremos un príncipe lo bastante bobo como para darnos un beso y, así, recuperaremos nuestra verdadera apariencia.

Así lo hicieron. Se convirtieron en dos feas ranas y salieron croando del castillo, en busca de un príncipe bobalicón. No tardaron mucho en encontrarlo. Se llamaba Felipe, tenía unos enormes dientes y se le caía la baba.

―¡Bésanos, bésanos! ―le pidieron―. Somos princesas encantadas y sólo tú puedes desencantarnos.

El príncipe Felipe las miró, se rió, babeó y cogió una en cada mano.

―Siempre quise una princesa-rana ―dijo, y estampó un beso a cada rana, seguido por un lametón, por si acaso el beso no era suficiente.

El príncipe depositó las ranas en el suelo y esperó. De pronto, los batracios empezaron a crepitar y a inflarse con un ruido muy desagradable. El príncipe Felipe, que era algo bobalicón, se asustó y las pisoteó con fuerza. Las dos ranas (que no eran sino Blancanieves la malvada y su malvada madrastra) quedaron espachurradas en el suelo.

De Blancanieves y su madrastra sólo quedó un charquito de ácido humeante. El príncipe, mareado por la impresión, resbaló, cayó en el ácido y empezó a desintegrarse. Hizo un esfuerzo por salir y, estaba a punto de conseguirlo, mas fue arrollado por encima una manada de mamuts, trescientas cuarenta y tres jirafas, seis rinocerontes, un uro, mil quinientos camiones, setecientas grúas, dos millones de elefantes, cebras, ñúes, búfalos y ambulancias, que, por casualidad, pasaban por allí.

Los últimos en llegar fueron las niñas y los niños de primero, segundo y tercero del colegio “El Haya”, de Castañeda. Lo único que pudieron rescatar del príncipe Felipe fueron los enormes dientes, que llevaron al colegio, para exhibirlos en el laboratorio de Ciencias. Vivieron felices y comieron lombrices, y a mí no me las dieron porque no las quise.

No hay comentarios: