Treinta y cuatro años de cinismo. Más de tres décadas en las que España es cómplice y cooperadora necesaria del genocidio saharahui, igual que los EE.UU. lo son del genocidio palestino. Ya sé que la política internacional es un juego interminable de equilibrios en la cuerda floja (me viene a la mente la genial escena de "Los viajes de Gulliver", de Swift, en que los ministros de Liliput deben hacer cabriolas payasescas y espectaculares para tener el beneplácito de su rey), pero, digo yo, ¿tan difícil es, por una cochina vez, que nuestros gobernantes den prioridad a lo que predican, en lugar de a sus propios intereses?¡Qué sensación tengo de vivir en una burbuja de falsedades e impotencia! Eso sí, cada cuatro años, vamos a las urnas como gallinas que deben decidir, democráticamente, el modo en que prefieren ser cocinadas, que si en pepitoria, guisadas, al horno... pero en las papeletas no figura la opción de "seguir viviendo".
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